SOBRE LA OBRA «HAY UN LOBO MUERTO EN MI ORILLA»

-“Nos ha parecido nuevamente excelente –esta segunda versión- tanto en el desarrollo de sus personajes, la intensidad de sus vidas, sus dramas, y hasta su crueldad. Ni que hablar de Don Jacobo, esa versión del padre terrible, con su efecto devastador sobre el entorno. Además de la riqueza psicológica creo que es un aporte importante a aspectos de la emigración judía. Por si todo esto fuera poco, está muy bien escrita”.

Daniel Gil – Psicoanalista

-(…) “Promediando el final se me fue imponiendo un sentimiento que me parecía  emanar del texto: RABIA, contenida o no. Aparecía  a lo largo de tus reflexiones que, a veces, intentaban dulcificarla  (con éxito, sí) pero que surgía  intempestiva dando enorme verosimilitud  y vida a tu escrito. ¡Me encantó!”

Clara Cesteros – Colega argentina

-“Me gustó mucho, es atrapante y conmovedora. El tema, si bien podría decirse que está harto tratado, tiene en tu novela un enfoque que me pareció diferente. La mirada de la narradora es de mucha sensibilidad y también sincera, los personajes muy bien delineados en su humanidad. Y has podido darle a la historia un toque de intriga que la hace muy interesante. No soy crítica literaria, pero sí muy lectora. Resumiría: interesante (descripción de ambientes y situaciones) y conmovedora, sobre todo la humanidad de sus personajes”.

Marta Salamone – argentina. Prof. de Lenguas y parte del equipo de la FERIA DEL LIBRO DE BS.AS.

-(…)”La tapa me sugiere el concepto de «apoyo». Contar con un bastón, símbolo de seguridad de quienes estamos añejos o incompletos. El fondo, un mapa pequeño de ciudades de Europa, donde muchos de los aquí presentes, en ausencia de familiares vivos, siguen buscando sin cesar, el apoyo de sus raíces al aire.

La seguridad que ofrece el título del libro es saber que el lobo, símbolo de nuestros temores, ya está muerto. Y en seguida aparece el nombre de la autora, acostumbrada al consejo y a la contención”.

José David – Sociólogo

-“Leo con ansias esta historia porque de alguna manera ese Don Jacobo pudo haber sido mi abuelo, que en lugar de bajar del barco en Argentina, bajó en Uruguay.

Leo con ansias, porque  los arenques, los pepinos y el pan negro (que olí cuando leí la frase en el libro y  sigo oliendo mientras escribo estas líneas en mi casa, en el Kibutz en Israel), son los de mi infancia en casa de mis abuelos que muy poco relataron sobre esa Europa que decidieron dejar y sobre esa familia que fue borrada en la Shoá”.

Nora Gaón –argentina. Directora del Museo DE LOS LUCHADORES DE LOS GUETTOS. Norte de Israel.